La despenalización de la homosexualidad en España se produjo en un contexto histórico que recuerda más al correspondiente francés que al estadounidense. Fue durante el trienio liberal (un breve paréntesis en el reinado absolutista de Fernando VII, entre los años 1820 y 1823, en que se obligó al monarca a acatar de nuevo la Constitución de Cádiz de 1812) cuando se proclamó un nuevo Código penal que, siguiendo el ejemplo del aprobado en la Francia revolucionaria en 1791, suprimÃa en nuestro paÃs el delito de sodomÃa. Aunque la homosexualidad fue repenalizada por la dictadura franquista (a partir de 1954), poco después de la entrada en vigor de la Constitución de 1978 se eliminó de la ley de peligrosidad social –heredada por la democracia del régimen anterior– los artÃculos referentes a los “actos de homosexualidad”. Pero una cosa es despenalizar la homosexualidad y otra acabar con la homofobia, claro: en la actualidad, estudiosos de la realidad LGTB española detectan en nuestra sociedad un tipo de homofobia liberal que presenta muchos puntos en común con la que para el caso francés analiza, como vimos en la anterior entrega de esta serie, Daniel Borrillo.
“El principio retórico que caracteriza cualquier manifestación de lo que llamamos ‘homofobia liberal’”, escribe Alberto Mira en su impresionante estudio de las representaciones de la homosexualidad en la sociedad española del último siglo, De Sodoma a Chueca, “es extraordinariamente simple: ‘SÃ, pero…’. En esta estructura sintáctica se inserta cualquier tipo de enunciado: Los homosexuales son maravillosos y muy amigos mÃos… pero deben abandonar la pluma (…); los homosexuales son personas como todos… pero el exhibicionismo que manifiestan está fuera de lugar”. Más adelante, el mismo autor analiza con más detalle este último caso: “Hay (…) un lÃmite que todavÃa cuesta superar: el de las imágenes positivas o la reivindicación. La comprensión y la tolerancia sólo se ejercen si los homosexuales no tratan de forzar esos lÃmites. Una ilustración de esto se produce todavÃa cada año tras las manifestaciones del 28 de junio: ante el exceso de visibilidad aparecen vehementes declaraciones en la sección de ‘Cartas al director’ (por ejemplo en El PaÃs) de lectores que no creen que haya nada de lo que sentirse orgulloso, que él/ella no da en salir a la calle a pregonar su heterosexualidad y que al paso que van las cosas tendrán que organizar una manifestación de ‘orgullo heterosexual’”.
Pongamos ahora, al lado del análisis de Mira, el siguiente párrafo: “Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual, pero ¿que se sientan orgullosos por ser gays? ¿Que se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación… colapsarÃamos el tráfico.” Cualquiera dirÃa que se trata de un ejemplo proveniente del mismo texto de Mira, aunque en realidad es mucho más reciente que éste; o bien podrÃa parecer que la autora de esas palabras se habÃa leÃdo antes con gran atención De Sodoma a Chueca, y no pretendÃa sino ejemplificar a la perfección esa estructura discursiva del “SÃ, pero…”? que Mira denomina homofobia liberal.
Y es que, aparte del hecho de que en el párrafo citado se habla de “comprender, aceptar y respetar” en vez de hacerlo de “comprensión y tolerancia” y, sobre todo, de que no se trata de la carta al director de El PaÃs de un lector más o menos anónimo, sino de las ya célebres declaraciones que una periodista miembro del Opus Dei atribuye a la reina de España (y que la Casa del Rey ha calificado, tras el malestar suscitado por su publicación, como inexactas, si bien la SecretarÃa de la Reina se habÃa abstenido de corregirlas al revisar previamente el libro que las contiene), aparte de estos detalles, digo, es evidente que el párrafo en cuestión coincide casi al dedillo con lo que Mira habÃa descrito tiempo atrás en su ensayo.
Dado que, aun asÃ, parece poco probable que el libro De Sodoma a Chueca haya servido como modelo del dichoso parrafito, podemos encontrar una explicación más plausible a tan evidentes coincidencias en algo que el propio Alberto Mira apunta en ese mismo texto: “La homofobia liberal está arraigada en estructuras profundas de comunicación” en la sociedad actual, lo que va unido a la difusión de dicho discurso en amplios estratos sociales y facilita su reproducción –incluso, como vemos, su reproducción prácticamente literal– por toda suerte de individuos. Es más, señala Mira en otro punto, “La homofobia está tan imbricada en el sistema que resulta indistinguible”, lo que le proporciona unas “ventajas” asociadas a su “invisiblidad”; entre ellas, la de que “puede ejercerse sin que lo parezca”. Sin que parezca homofobia, vaya.
Este último aspecto es también crucial para entender la dimensión sociocultural de las (supuestas) palabras de SofÃa de Grecia sobre los homosexuales: ¿podemos imaginarnos acaso que, en lugar de homofobia, lo que reflejara el párrafo de marras fuera alguna otra ideologÃa basada en el rechazo y la inferiorización del otro, del diferente? Que, por ejemplo, dijera: “Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otro color de piel, pero ¿que se sientan orgullosos por ser negros? ¿Que salgan en manifestaciones a proclamar ese orgullo, como hemos visto en Estados Unidos tras la elección del nuevo presidente? Si todos los que no somos negros saliéramos en manifestación… colapsarÃamos el tráfico.” Seguro que si hubieran sido ésas las (supuestas) palabras de la reina de España, el revuelo que produjo su publicación habrÃa tomado otra dimensión: habrÃamos estado, sin duda, ante un grave escándalo polÃtico, ante una verdadera crisis. El que no haya sido asÃ, porque éramos los homosexuales y no los miembros de una determinada minorÃa racial las vÃctimas del discurso inferiorizador, demuestra que –incluso en un paÃs como el nuestro, que se ha atrevido hace algunos años a poner fin a la discriminación legal contra gais y lesbianas– la homofobia sigue poseyendo todavÃa una legitimación social que la hace escasamente perceptible como tal, y que el racismo en cambio hace décadas que perdió en Occidente.
Por otro lado, Mira nos hace ver que “la homofobia funciona como un discurso de poder, no a partir de argumentos”. No puede extrañarnos, pues, que las (supuestas, supuestas) declaraciones de la reina no necesiten aportar argumento alguno para negar a las parejas homosexuales el derecho a que a su unión se llame de la misma forma que la de los demás, por más que ese derecho esté legalmente reconocido en España: “Si esas personas quieren vivir juntas, vestirse de novios y casarse, pueden estar en su derecho, o no, según las leyes de su paÃs: pero que a eso no lo llamen matrimonio, porque no lo es”… no lo es y no lo es y ya está, ea. Porque lo digo yo. Porque no me da la real gana. Por algo nos recuerda Mira, evocando a Foucault, que lo que caracteriza el discurso homofóbico “es su posición en esquemas de poder simbólico”: también en esto las (supuestas, siempre) declaraciones reales que analizamos resultan paradigmáticas, pues entre los “esquemas de poder simbólico” del Reino de España es obvio que la Corona ocupa una posición preeminente. De ahÃ, a fin de cuentas, la trascendencia de todo este asunto.
(Continuará.)
Nemo
“Homofobia ‘liberal’ (1)” aquÃ.
“Homofobia ‘liberal’ (2)” aquÃ.
“Homofobia ‘liberal’ (3)” aquÃ.
“Homofobia ‘liberal’ (y 5)” aquÃ.
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