A temperatura ambiente
Wednesday, September 17th, 2008
Si hay algo en lo que algunos de mis amigos coinciden conmigo es que no nos sentimos reflejados (porque decir excluidos no es del todo cierto aunque la definición se le acerque) en el ámbito social. No es que seamos unos outsiders ni mucho menos (nos falta el dinero suficiente como para presumir de ser outsiders y de tiempo para expresar lo outsiders que somos en un fotolog) pero, por alguna extraña razón, siempre que leemos las noticias y artÃculos de opinión que hacen alabanzas de lo bien que se vive en este paÃs, de lo avanzada que es la sociedad o escuchamos a hablar a un polÃtico pensamos que sÃ, que están en lo cierto –más o menos- aunque no nos explican la verdad y, peor aún, que no entran en matices; en esos matices donde, precisamente, nos movemos nosotros.
Como pertenezco a la generación inmediatamente posterior a la Generación X, que tuvo su momento y que creó un modo de vida y una cultura exclusivamente para ellos (en cambio su sistema de valores prevalece); para la mayorÃa de nosotros es complicado encontrar un espacio donde podamos leer referentes que se asemejen a nuestra manera de pensar. En parte porque creemos que quizá no merece la pena, ya que, como ocurre siempre, los ideales progresistas de la Generación X fueron devorados por otro más poderoso: el dinero. Los que mandan ahora son conscientes de que somos unos jóvenes que, contra las apariencias, estamos perfectamente preparados para ocupar sus despachos (con nuevas y mejores ideas).
De hecho, soy bastante escéptico con cualquier tipo de movimiento polÃtico y con las personas vinculadas a ellos, quizá porque mi experiencia nunca ha sido satisfactoria y ralla en el absurdo gracias a, todo hay que decirlo, una minorÃa de activistas que se tomaba el asunto con más guasa que otra cosa.
A los 16 años, mis amigos del instituto seguÃan el movimiento okupa, que a mediados de los 90 estaba en pleno auge, y los sábados por la noche solÃamos ir a la okupa más famosa de la ciudad a escuchar punk desafinado –lo importante no era saber cantar, si no aporrear con el mismo ritmo machacón una guitarra y gritar entre canción y canción ¡puta policÃa!-. Los okupas eran unas personas con unos ideales bien definidos… hasta que llegaba el domingo por la mañana y uno de los okupas-gurú más famosos de la ciudad se iba a casa de su madre que vivÃa en una prestigiosa (y cara) urbanización de las afueras para comer bien, lavar la ropa y ducharse como Dios manda al menos una vez por semana.
Ahora comparto piso con una gente que dedica su tiempo libre a un Centro Social donde se habla de precariedad laboral, exclusión y desigualdad social de género. Lo más curioso es que, haciendo una selección para no generalizar y caer en equÃvocos, entre ellos hay un profesor universitario que dice que le encanta ser precario y que juzga a las personas según su nivel de estudios –por casa le escuché decir una vez que para ser precario habÃa que tener estudios para comprender “la complejidadâ€? del asunto-; que denuncien la exclusión y luego te miren mal si te pasas por la cafeterÃa con la última camiseta que has comprado en Custo aunque ellos vayan a las manifestaciones antiglobalización vestidos todos igual con sus pantalones de chándal Nike y sus zapatillas Adidas y que en los grupos de género no haya entre sus integrantes ningún hombre (porque ninguno quiso apuntarse). Y sÃ, todos están orgullosos de ser precarios pero en vacaciones se van a esquiar.
Obviamente, sólo he retratado el comportamiento de una minorÃa de entre la multitud que cree y que trabaja dÃa a dÃa por arreglar las desigualdades. La diferencia entre unos y otros es de matiz: los que realmente están seguros de sus convicciones, no tienen la necesidad de hacer ostentación de sus ideas porque no buscan el reconocimiento: quieren resultados. Los otros, no. Los primeros no son soberbios, tienen capacidad de autocrÃtica y sentido del humor; los segundos, no.
Asà que como desconfÃo bastante de cualquier movimiento polÃtico y de sus integrantes, me limitaré a hablar de temas de actualidad desde una perspectiva que comúnmente caerá de lleno en la frivolidad, en la ironÃa o en el escándalo. Habrá de todo un poco: lo más sonado de la polÃtica nacional e internacional, de la cultura y, cuando no me quede más remedio, de los deportes -aunque, prometo poca cantidad de esto último.
De manera que si vosotros también pensáis que las cosas no son ni blancas ni negras sino pertenecientes a una más que amplia gama de grises y usáis el sentido del humor como bandera, éste es un sitio más para vosotros.
Raúl Portero
Nació en Terrassa, Barcelona, en 1982. Es estudiante del ciclo formativo superior de Diseño y Producción editorial y su primera novela, ‘La vida que soñamos’, ha ganado el IV premio Terenci Moix de novela y sale publicada en noviembre por Egales. También ha participado en diversos cortometrajes y otras producciones con el grupo ‘Adictos’, que ayudó a fundar.
Si hay algo en lo que algunos de mis amigos coinciden conmigo es que no nos sentimos reflejados (porque decir excluidos no es del todo cierto aunque la definición se le acerque) en el ámbito social. No es que seamos unos outsiders ni mucho menos (nos falta el dinero suficiente como para presumir de ser outsiders y de tiempo para expresar lo outsiders que somos en un fotolog) pero, por alguna extraña razón, siempre que leemos las noticias y artÃculos de opinión que hacen alabanzas de lo bien que se vive en este paÃs, de lo avanzada que es la sociedad o escuchamos a hablar a un polÃtico pensamos que sÃ, que están en lo cierto –más o menos- aunque no nos explican la verdad y, peor aún, que no entran en matices; en esos matices donde, precisamente, nos movemos nosotros.
Como pertenezco a la generación inmediatamente posterior a la Generación X, que tuvo su momento y que creó un modo de vida y una cultura exclusivamente para ellos (en cambio su sistema de valores prevalece); para la mayorÃa de nosotros es complicado encontrar un espacio donde podamos leer referentes que se asemejen a nuestra manera de pensar. En parte porque creemos que quizá no merece la pena, ya que, como ocurre siempre, los ideales progresistas de la Generación X fueron devorados por otro más poderoso: el dinero. Los que mandan ahora son conscientes de que somos unos jóvenes que, contra las apariencias, estamos perfectamente preparados para ocupar sus despachos (con nuevas y mejores ideas).
De hecho, soy bastante escéptico con cualquier tipo de movimiento polÃtico y con las personas vinculadas a ellos, quizá porque mi experiencia nunca ha sido satisfactoria y ralla en el absurdo gracias a, todo hay que decirlo, una minorÃa de activistas que se tomaba el asunto con más guasa que otra cosa.
A los 16 años, mis amigos del instituto seguÃan el movimiento okupa, que a mediados de los 90 estaba en pleno auge, y los sábados por la noche solÃamos ir a la okupa más famosa de la ciudad a escuchar punk desafinado –lo importante no era saber cantar, si no aporrear con el mismo ritmo machacón una guitarra y gritar entre canción y canción ¡puta policÃa!-. Los okupas eran unas personas con unos ideales bien definidos… hasta que llegaba el domingo por la mañana y uno de los okupas-gurú más famosos de la ciudad se iba a casa de su madre que vivÃa en una prestigiosa (y cara) urbanización de las afueras para comer bien, lavar la ropa y ducharse como Dios manda al menos una vez por semana.
Ahora comparto piso con una gente que dedica su tiempo libre a un Centro Social donde se habla de precariedad laboral, exclusión y desigualdad social de género. Lo más curioso es que, haciendo una selección para no generalizar y caer en equÃvocos, entre ellos hay un profesor universitario que dice que le encanta ser precario y que juzga a las personas según su nivel de estudios –por casa le escuché decir una vez que para ser precario habÃa que tener estudios para comprender “la complejidadâ€? del asunto-; que denuncien la exclusión y luego te miren mal si te pasas por la cafeterÃa con la última camiseta que has comprado en Custo aunque ellos vayan a las manifestaciones antiglobalización vestidos todos igual con sus pantalones de chándal Nike y sus zapatillas Adidas y que en los grupos de género no haya entre sus integrantes ningún hombre (porque ninguno quiso apuntarse). Y sÃ, todos están orgullosos de ser precarios pero en vacaciones se van a esquiar.
Obviamente, sólo he retratado el comportamiento de una minorÃa de entre la multitud que cree y que trabaja dÃa a dÃa por arreglar las desigualdades. La diferencia entre unos y otros es de matiz: los que realmente están seguros de sus convicciones, no tienen la necesidad de hacer ostentación de sus ideas porque no buscan el reconocimiento: quieren resultados. Los otros, no. Los primeros no son soberbios, tienen capacidad de autocrÃtica y sentido del humor; los segundos, no.
Asà que como desconfÃo bastante de cualquier movimiento polÃtico y de sus integrantes, me limitaré a hablar de temas de actualidad desde una perspectiva que comúnmente caerá de lleno en la frivolidad, en la ironÃa o en el escándalo. Habrá de todo un poco: lo más sonado de la polÃtica nacional e internacional, de la cultura y, cuando no me quede más remedio, de los deportes -aunque, prometo poca cantidad de esto último.
De manera que si vosotros también pensáis que las cosas no son ni blancas ni negras sino pertenecientes a una más que amplia gama de grises y usáis el sentido del humor como bandera, éste es un sitio más para vosotros.
Raúl Portero
Nació en Terrassa, Barcelona, en 1982. Es estudiante del ciclo formativo superior de Diseño y Producción editorial y su primera novela, ‘La vida que soñamos’, ha ganado el IV premio Terenci Moix de novela y sale publicada en noviembre por Egales. También ha participado en diversos cortometrajes y otras producciones con el grupo ‘Adictos’, que ayudó a fundar.