¿Cómo debemos interpretar el Holocausto judÃo? ¿Como una especie de accidente histórico, producto de la llegada al poder en Alemania, por una lamentable combinación de circunstancias, de un demente asesino y un grupito de colaboradores igualmente desequilibrados? ¿Como un monstruoso paréntesis en la historia del progreso de la civilización occidental? Aunque el carácter extremo del horror de los campos de exterminio pueda explicar la tendencia de muchos a insistir en el carácter excepcional del Holocausto, debemos resistirnos a la tentación de sacar la destrucción de los judÃos de Europa de la historia, de convertirla en algo tan aberrante y atroz como incomprensible… y, en tanto que incomprensible, en última instancia irrelevante.
No: el horror del Holocausto puede que no tenga –en su escala, en sus caracterÃsticas de asesinato masivo organizado industrialmente, en su arbitrariedad y su falta de sentido– precedentes, pero lo que desde luego sà tiene son raÃces en la historia de Occidente, como nos hace ver Georges Bensoussan (responsable editorial del Memorial de la Shoah de ParÃs) en su libro “Europe. Une passion génocidaireâ€?. Y son raÃces muy profundas, raÃces que se remontan en el tiempo para dibujar la historia del odio a los judÃos a través de largos siglos. Por esta razón, lejos de ser irrelevante, el Holocausto constituye una referencia imprescindible para interpretar la historia y la cultura de Occidente. Y por esta misma razón, la primera sección de la exposición permanente del Memorial de la Shoah está dedicada a explicar la historia de la judeofobia en Europa.
Cuando uno examina con detenimiento esta historia de la judeofobia se da cuenta, si conoce también la historia de la homofobia, de los numerosos paralelismos y coincidencias que existen entre ambas. Empezando por el origen mismo, pues aunque puedan existir precedentes más antiguos, tanto la judeofobia como la homofobia del Occidente medieval y moderno surgen como consecuencia del hecho de que judÃos y homosexuales constituyen minorÃas que no tienen cabida en los rÃgidos esquemas ideológicos que se imponen a raÃz de la alianza entre el poder imperial romano y el cristianismo, y que han seguido dominando nuestras sociedades hasta hace relativamente poco tiempo (y aún siguen ejerciendo una influencia enorme sobre éstas). Dicha alianza se establece en el siglo IV de nuestra era, y el mismo emperador que la inicia, Constantino I, y los hijos de éste serán los primeros en legislar en contra de homosexuales y judÃos.
En los siglos VI y VII observamos, en los dos extremos del mundo (ex)romano, ejemplos muy notables de persecución legal a ambas minorÃas, que son ahora utilizadas como chivos expiatorios para desviar hacia ellas el descontento popular, apartándolo asà de quienes ostentan el poder: por un lado, desde Constantinopla, el emperador Justiniano I introduce por primera vez el término “sodomitaâ€? para referirse a los homosexuales, y establece para la “sodomÃaâ€? la pena de muerte en la hoguera; este mismo emperador recorta sensiblemente los derechos de la minorÃa judÃa. Por otro lado, los reyes visigodos de Hispania, tras convertirse del arrianismo al catolicismo, pretenderán granjearse la lealtad de la mayorÃa hispanorromana y católica de sus súbditos mediante la exclusión y la persecución legales de las minorÃas judÃa y homosexual.
La intolerancia de las sociedades cristianas hacia judÃos y homosexuales se agravará considerablemente a partir del siglo XII, cuando, coincidiendo con las primeras cruzadas, una ola de fanatismo religioso barra la Cristiandad: los judÃos de algunas regiones de Europa occidental serán masacrados por los mismos cruzados de camino hacia el Próximo Oriente, y más tarde empezarán las primeras expulsiones de los judÃos del territorio de este o aquel monarca cristiano. En el siglo XIII, por otro lado, vemos como la homosexualidad pasa a ser castigada con la pena de muerte en legislaciones de Europa Occidental que antes no la perseguÃan, pues seguÃan el modelo carolingio, más tolerante, en lugar del de Justiniano o el visigodo; al mismo tiempo, se empieza a asociar sistemáticamente homosexualidad con herejÃa y brujerÃa (y viceversa), lo que hará a los homosexuales especialmente vulnerables ante los nuevos guardianes de la ortodoxia cristiana (Inquisición, tribunales eclesiásticos, etc.). A partir del siglo XIV tendrán lugar persecuciones y ejecuciones masivas de “sodomitasâ€? en diversas regiones de Europa.
Un aspecto que merece ser señalado es que tanto la judeofobia como la homofobia se apoyarán, para justificar la represión y seducir a las gentes comunes, en mitos que, a partir de un fundamento religioso, llegan a extremos de irracionalidad que hoy en dÃa encontramos francamente chocantes. AsÃ, la consideración de los judÃos como “deicidasâ€? –asesinos de Dios–, basada en los relatos evangélicos de la pasión de Jesús, dará origen a la leyenda de que éstos asesinan a niños cristianos para consumir su sangre en sus rituales, leyenda muy extendida y avalada por las iglesias cristianas durante siglos. También se les acusará, en los tiempos de la peste negra, de envenenar deliberadamente pozos y fuentes para transmitir la enfermedad; a consecuencia de esta idea absurda, miles de judÃos de ambos sexos y de todas las edades serán brutalmente asesinados en varias ciudades europeas por sus vecinos cristianos.
En el caso de los homosexuales, determinados textos bÃblicos –como la historia de Sodoma y Gomorra, de donde surge el paradigma ideológico de la “sodomÃaâ€? y su presentación extremadamente negativa del sexo entre hombres– serán interpretados como pruebas de que Dios, a pesar de la infinita bondad que se le atribuye, aborrece a los “sodomitasâ€? hasta el punto de enviar terremotos, pestilencias, hambrunas y todo tipo de catástrofes con el fin de castigarlos no sólo a ellos, sino también a las poblaciones y los territorios donde residen. Por medio de estos y otros mitos similares se logrará que el odio hacia judÃos y “sodomitasâ€? se haga sumamente popular en las sociedades cristianas, con lo que las raÃces de dicho odio, que como hemos visto son muy profundas, se harán también con el tiempo cada vez más fuertes y gruesas: más difÃciles, pues, de arrancar.
(Continuará.)
Nemo