Hace una semana EL PAIS SEMANAL publicaba un interesante reportaje titulado “Generación sin armario”, en el que un grupo de jóvenes homosexuales en torno a los veinte años contaba cómo es la nueva realidad afectiva de una generación que se niega a ocultar su orientación sexual. Rebosante de optimismo desde el propio título, el reportaje está hilvanado a través de las voces de varios testimonios, – estudiantes universitarios y urbanitas todos ellos-, que, mediante sus experiencias personales, cuentan la relativa facilidad que tienen ahora los jóvenes para salir del armario, enfrentarse al mundo y no “perderse su juventud”.
No puedo estar más en desacuerdo con el, a mi juicio, excesivo tono optimista que se desprende del reportaje firmado por Luz Sánchez-Mellado. La autora del trabajo admite que sólo ha centrado su estudio en jóvenes urbanitas y universitarios, sin embargo da la sensación de que generaliza al titularlo “generación sin armario”. En mi opinión en el reportaje se comete un error de bulto: analizar una muestra sesgada de la población de jóvenes de veinte años. ¿Y el mundo rural?, ¿Y las pequeñas ciudades?, ¿Y los trabajadores no cualificados? ¿Y los inmigrantes?, ¿no son ellos acaso parte de una generación?, ¿ellos no cuentan en un estudio sobre la normalización de la homosexualidad?, evidentemente ellos también son parte de una generación, pero no de esa idílica generación sin armario de la que habla el reportaje. Es obvio que hemos avanzado mucho en la normalización, pero también lo es que el avance ha sido muy desigual: mientras en Madrid tenemos un barrio como Chueca, en muchas capitales de provincia ni siquiera hay un colectivo LGTB al que ir a conocer a otras personas de tu misma orientación sexual. Sólo podremos hablar de una generación sin armario cuando hayamos erradicado del todo la homofobia, porque mientras sigua existiendo ese dañino prejuicio atávico siempre habrá muchos gays y lesbianas que – en unos lugares más que en otros, y en unas circunstancias personales más que en otras- no se atrevan nunca a dar ese difícil paso que es salir del armario. Y aunque tenemos la legislación más avanzada del mundo, mucho me temo que en la erradicación de la homofobia no hemos avanzado tanto como podría parecer, especialmente en los lugares y entre los colectivos que omite el estudio realizado por EL PAÍS.
Me ha llamado la atención en el reportaje el tipo de familias a las que pertenecen varios de los jóvenes entrevistados: los padres de Marta son unos “padres de anuncio” (psicóloga la madre y consultor el padre), y respecto a los de Alex, ambos son profesionales liberales (personas, por tanto, con una formación académica). Creo que en esto también hay un sesgo importante en el reportaje. Yo soy profesor en un instituto de Formación Profesional de un barrio popular de Madrid, y puedo asegurar que los “padres de anuncio” son un bien muy escaso. Marta, la joven entrevistada en el reportaje, dice que no estuvo ni un solo mes en el armario, que se lo contó a sus padres con catorce años. ¿Lo habría hecho si no le hubiese tocado la lotería de tener unos “padres de anuncio”?. ¿Cuántos jóvenes tienen unos padres así? El caso de Marta es tan excepcional y tan poco representativo de la totalidad como el de Hossain, el joven musulmán que le contó a su padre que era gay y cuando se lo dijo le dio un abrazo… (Otro “padre de anuncio” dentro del mundo musulmán…). Desgraciadamente las cosas no son así en la mayoría de las veces, los casos de Marta, de Hossain y de muchos de los entrevistados sólo muestran una esperanzadora tendencia hacia la normalidad, pero en mi opinión no representan a una generación.
Es evidente que esta generación de veinteañeros – incluso los que viven en el entorno sociocultural más desfavorable-, lo tiene mucho más fácil que las anteriores, porque tiene muchas cosas que nosotros no tuvimos a su edad –referentes positivos, Internet, leyes avanzadas…-, pero es un error generalizar y no distinguir las dos velocidades de la normalización. Creo que el reportaje firmado por Luz Sánchez-Mellado es bienintencionado y rezuma cariño hacia el colectivo homosexual, pero es ingenuo. ¿Alguien se imagina un reportaje sobre el impacto de la crisis económica en el que sólo se entrevista al sector más acomodado de la población?