
El sábado 1 de julio, a las siete de la tarde, acudà con unos cuantos amigos a la manifestación del Orgullo que se celebraba en el centro de Madrid. Centenares de miles de personas.
Justamente cuatro semanas después, el sábado pasado, 29 de julio, a las ocho de la tarde, acudà con un solo amigo a las puertas de la piscina municipal de La Elipa, en Moratalaz, un barrio del este de Madrid, a una concentración convocada por el COGAM y la FELGT en protesta por la agresión que pocos dÃas antes habÃan sufrido dos gays, Luis y Thomas, por darse un beso en el interior de esta piscina. Cien personas.
Algo más tarde, esa misma noche, fui con dos amigos a tomar algo a Chueca, y allà de nuevo habÃa gente a millares divirtiéndose, como siempre. Cosa que yo no critico, salvo que sea lo único en la vida que estén dispuestos a hacer. No me preguntéis en qué estarÃan ocupadas todas estas personas desde las ocho de la tarde. Quizás estaban frente al espejo, eligiendo de su armario qué modelito ponerse; o ensayando una nueva coreografÃa con la que epatar a la concurrencia más tarde en la disco; o echando una siesta veraniega para aguantar después despiertos toda la noche… o metiendo la cabeza debajo de la tierra para no ver lo que habÃa sucedido.
El hecho de que frente a la homofobia en general y las agresiones homófobas en particular, como expresión más violenta de la homofobia, la mayorÃa de los homosexuales no hayan empezado a movilizarse de forma efectiva, no quiere decir que no estén pendientes de todo lo que ha sucedido y sucede, y no quiere decir que no lo sufran en su vida cotidiana.
La sexualidad es una parte fundamental de la persona y su bienestar psÃquico. Los distintos grados de privación de libertad en la expresión de esa sexualidad no pueden ser, por consiguiente, inocuos para la persona que los sufre. Aunque la mayorÃa de nosotros no hayamos sido vÃctimas, afortunadamente, de una agresión homófoba, todos estamos expuestos a la homofobia y a la falta de libertad que ella conlleva en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, todos sabemos que en determinados barrios de la ciudad es mejor no arriesgarse a besar. Mientras que en otros barrios (Chueca) uno se siente más seguro. Los ejemplos que se pueden dar son numerosos y los conocéis todos, sólo con que miréis en vuestro armario particular. De este modo, seamos conscientes o no, la homofobia está regulando, de hecho, nuestro comportamiento cotidiano. Que nos hayamos acostumbrado a vivir con ella no quiere decir que no nos duela.
El miedo hace que estemos seguros en Chueca, pero también hace que no salgamos de ahÃ. La mayorÃa de los gays y lesbianas, se está conformando con usar unos locales públicos de diversión donde contactar y ligar, lugares donde la invisibilidad y a veces la sordidez acaban por engancharnos y hacernos sentir partÃcipes de un club selecto, a escondidas del resto de la sociedad. Mola. Para un sector de ésta también es conveniente que las cosas sigan asÃ, no cediendo mayores parcelas de libertad a esta minorÃa a la que tradicionalmente venÃa reprimiendo. Pero nuestra visibilidad en todos los ámbitos será el único modo de ser verdaderamente libres.
Hay mucha resignación entre nosotros, según la cual nada se puede hacer para erradicar la homofobia o, en todo caso, es muy difÃcil. Desde luego que si nada hacemos nada conseguiremos. Colectivamente hay mucho que hacer y reivindicar: inclusión en la programación de la asignatura de educación para la ciudadanÃa, creación de una dirección general contra la homofobia, campañas institucionales, ley integral contra la homofobia, etc. Asà es que mira si hay motivos para manifestarse. Individualmente también habrÃa que preguntarse si no se puede hacer algo más en nuestra vida cotidiana. No se trata de ser héroes en situaciones de grave riesgo objetivo, pero tampoco de ser cobardes sin motivo en otras situaciones en las cuales no hay mayor peligro.
En Chueca nos sentiremos seguros. Pero nuestra casa también es nuestra prisión.
Pablo