
Cristóbal nació en 1938 en España. Supongo que eso igual ya le marcó. Dicen que los bebés lo captan todo cuando están en el vientre de su madre, asà que un paÃs sumido en una guerra civil supongo que no era el mejor escenario para nacer. Aún asà nació, el cuarto de un número de hermanos que no siempre fue el mismo. Unos llegaban y otros se iban, y al final quedaron seis. Como eran tantos hermanos y habÃa escasez, pasaba mucho tiempo en casa de sus abuelos paternos, pero a su abuela muere trágicamente en un incendio. En su casa hay problemas y sus padres discuten mucho. Casi ni le prestan atención aunque su madre, que tiene hijos más pequeños de los que ocuparse, de vez en cuando le da un beso y un abrazo que a él le saben a gloria. El colegio se convierte entonces en su refugio. Le encanta, porque es muy inteligente y aplicado y siempre recibe elogios de sus profesores. Allà le cuentan que los ingleses son malos porque nos hundÃan los barcos, que los franceses son malos porque nos invadieron cuando Napoleón, y que los portugueses son malos porque antes eran de España, pero luego ya no quisieron ser más de España. Los rojos por supuesto también son malos, porque mataban a los buenos en la guerra. Y los moros porque estuvieron mucho tiempo en Granada. Y los judÃos porque mataron a Jesús. Es bueno, el chico, y aplicado. Los curas le ofrecen entrar en el seminario para seguir estudiando, pero ni el chico tiene vocación ni en su casa pueden permitÃrselo. Asà que se pone a trabajar, con quince años, de tendero.
Pero en todos los cuentos hay algo de magia, y en este también. Un dÃa se cruza por la calle con MarÃa, la niña más guapa y más alegre del barrio, y sabe que un dÃa se casará con ella. Con ella y si no con nadie. Ella es muy jovencita y le gusta mucho reÃrse con sus amigas, y él es larguirucho y triste –hace poco que ha muerto su madre-. Sus tÃas ricas del pueblo tienen pensado algo mejor para ella, pero a ella le ha gustado el tendero, asà que cuando va por la calle se pega al bordillo, para que él pueda arrimarse. Es un triste, pero ella le hace sonreÃr. Y se hacen novios. Algunos años después se casan, y tienen dos hijos que les llenan de felicidad. Encuentra un trabajo mucho mejor en otra ciudad y asà van consiguiendo juntos –ella trabaja en casa- las cosas con las que soñaban de novios.
Pero muere el dictador y una especie de incertidumbre hace mella en él. A lo mejor porque a través del vientre de su madre pudo intuir el miedo que habÃa en las caras de la gente, y ahora lo está reviviendo. Y cree que puede perder la felicidad que ahora disfruta. Seguramente pudo haber reaccionado de otra forma, pero siente miedo, y el miedo despierta en él aquel odio inculcado en el colegio, espacio de su felicidad infantil. Desde entonces vive odiando y despreciando todos los cambios y las libertades, y a quienes procuraron ganarlas para nosotros. Cada vez tiene menos amigos, se centra en MarÃa y en sus hijos, a los que lleva al mismo colegio donde él estudió. Pero uno de ellos es distinto, siempre está pegado a su madre o leyendo libros. Y empieza a temerse lo peor. Intenta sin éxito aficionar a su hijo a algún deporte. Pero aún es pronto para confirmar sus sospechas, asà que procura no pensar y se centra en su hijo mayor, un chico guapo y deportista al que nunca le faltan las chicas. Un dÃa se confirman sus peores sospechas: su hijo pequeño es homosexual. Su odio hacia todo y hacia todos se incrementa, parece que ya no se soporte a sà mismo. Es probable que piense que con otra educación, en un paÃs diferente con más respeto y más mano dura, esto no habrÃa pasado. Necesita un remanso donde refugiarse, como el colegio cuando era pequeño. Y lo encuentra en la radio, en la emisora donde todo el mundo piensa como él. Vuelve a ser el alumno aventajado, y asimila a la perfección los negros argumentos que dÃa a dÃa van soltando por las ondas. A medida que el odio se va apoderando de todos los resquicios de su ser, se va entristeciendo, se va oscureciendo, hasta perder totalmente la capacidad de ser feliz. Han pasado veinte años desde lo de su hijo, que ahora quiere casarse, porque por fin la ley se lo permite. Su primera reacción es de miedo. Dice que serÃa imprudente estar en una lista, por si alguna vez cambian las cosas. Después intenta convencer a su hijo para que no lo haga, con razones que ha escuchado decir a alguien desde el púlpito de esa cadena que escucha diariamente. Al final su hijo se casa igualmente. Ese dÃa se le ve sonreÃr, y su hijo quiere creer que la sonrisa es sincera. Aún asÃ, unos meses después, Cristóbal vuelve a votar a los que votaron en contra de que su hijo pudiera casarse. Vive en una contradicción. Tiene miedo de que cambien las cosas y algo malo le ocurra a su hijo, pero está con los que no dudarÃan en ser sus carceleros.