Érase una vez un mundo no muy lejano ni en el espacio ni en el tiempo. Una mañana de alegre primavera el dÃa amaneció diferente. No era un dÃa cualquiera. Todo estaba especialmente oscuro. Completamente gris. Los colores habÃan desaparecido. Ya no quedaba ni una pizca de amarillo, rojo o violeta. Predominaba sólo el gris oscuro, el negro claro y el blanco. Los animales se empezaron a poner tristes, las crÃas ya no jugaban y los ancianos ya no reÃan. Los machos lloraban por no haber disfrutado de lo que hasta ahora habÃa sido tan bello y las hembras protestaban porque ahora nada volverÃa a ser igual.
En medio de un mundo sin color y sin alegrÃa, entre un pino gris oscuro y un bellotero negruzco charlaban un loro blanco y una ardilla de un color grisáceo poco saturado que estaban preocupados. El bellotero entristecido, habÃa dejado de dar bellotas porque no le gustaba su nuevo color y por eso la ardilla se estaba muriendo de hambre. Además el loro habÃa entrado en depresión porque sus plumas no eran del hermoso colorido habitual. Asà que decidieron salir a solucionar este problema aunque nadie quisiera ayudarlos.
Comenzaron su camino preguntando a todos los animales que se encontraron si sabÃan que les habÃa pasado a los colores. Ni los osos hormigueros, ni los cuervos, ni los ciervos de color gris plateado fueron capaces de responder. Cuando ya dejándose llevar por el desánimo contagioso estaban a punto de rendirse, se encontraron con un colibrà que los guió hasta la cabaña de madera de un gran sabio. Era un koala que habÃa leÃdo mucho a lo largo de la vida y sabÃa todas las claves de la naturaleza. Les dijo que la culpa era de una mariposa que vivÃa al sur y que habÃa acumulado tanta avaricia durante los últimos años, que por querer ser la más bella, se habÃa apoderado de todos los colores.
A la pregunta de cómo poder recuperarlos, el sabio mamÃfero que estaba comiendo hojas de eucalipto, les indicó el camino hacia un castor que les construirÃa con sus dientes aquello que necesitaban y les mostró donde vivÃa su majestuoso amigo el pavo real. Él aún guardaba parte de la pintura con la que se decoraba las plumas cada mañana.
Caminaron por el bosque hasta que se encontraron con el castor al que le pidieron ayuda. Este no querÃa contestarles porque se sentÃa vago pero después de mucho insistir, consiguieron que les tallara el mango de un enorme pincel de madera de sauce llorón. Después el loro le arrancó un puñado de pelos a la ardilla con su afilado pico y se los insertó a la nueva brocha. El castor les dijo que les serÃa imposible lograr su objetivo pero ellos insistieron en que querÃan un mundo lleno de color. Le dieron las gracias al pequeño roedor y siguieron su camino.
Tras atravesar cinco rÃos cabalgando el loro sobre la cola de la ardilla y sobrevolar siete desiertos, agarrada la ardilla por el pico del loro, llegaron a la casa del pavo real. Este les dio seis botes con seis colores que les serÃan suficientes para devolver al mundo su hermosura. Pero tendrÃa que ser rápido porque la ilusión estaba a punto de desaparecer.
Comenzaba a oscurecer y tenÃan frÃo. Decidieron pasar la noche junto a unas rocas cubiertas de musgo y empezar su misión por el fuego. Este como sÃmbolo de la vida, debÃa recuperar su tono cuanto antes. Con el pincel en la mano, la ardilla le dio color suavemente y se volvieron rojas cada una de las llamas. ParecÃa que el calor retomaba su fuerza. De pronto se dieron cuenta que brillaban más que nunca fresas, cerezas, tomates y amapolas. Pero pronto el calorcito los adormeció.
A la mañana siguiente el sol ya no salió y el cielo estaba bajo. SentÃan la presión sobre sus hombros y las hojas de los árboles ya no se movÃan. DebÃan seguir recuperando colores, pero extrañamente se sentÃan agotados. El loro empujó a la ardilla a que se apresuraran.
De un brochazo pintaron de naranja la fruta que lleva su nombre. Y se colorearon también zanahorias, calabazas y mandarinas. La ardilla no pudo resistirse a comerse los gajos y saborear por primera vez desde hacÃa mucho tiempo, su intenso sabor. Se sentÃan revitalizados, sanos y vivos.
Necesitaban una siesta… una siesta al aire libre. Pero el césped no era el mismo de color negro carbón, asà que decidieron pintarlo de verde, hierba a hierba. Fue un trabajo muy laborioso pero al final valió la pena. También los árboles y arbustos recuperaron su color.
¿Y ahora qué le falta a este campo? –preguntó en voz alta el loro-. Qué mejor que llenarlo de flores de lavanda que tienen un olor estupendo -contestó un topo que andaba por ahÃ. Y dicho y hecho colorearon de violeta unas plantas mustias que habÃan sido unas bellas flores, llenándolas asà de espÃritu. Rejuvenecieron también moras y arándanos.
Quedaban por pintar los mares de un azul que llenase de serenidad a todo aquel poeta que los contemplase. Y asà recuperó también su belleza la cama de las nubes.
Creyeron que habÃan acabado pero aún faltaba algo de luz. Decidieron pintar con el bote que les faltaba el astro Sol, para llenar de vitalidad, ahora sÃ, el mundo que tanto les importaba.
Ahora se sentÃan completamente llenos de energÃa. HabÃan recuperado aquello qué más echaron de menos cuando no lo tenÃan: el color de las cosas.
La alegrÃa volvió al mundo y el loro y la ardilla se sentÃan muy orgullosos y felices.
HabÃan descubierto una gran verdad: cada dÃa la vida es de un color… pero eres tú el que eliges de que color pintarlo… O también si lo prefieres… ¡hoy puede ser un dÃa multicolor!
Kico Alba.
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Esta fábula formará parte del libro que estamos preparando con «Las fábulas del loro y la ardilla». ¿Quieres que tu fábula forme parte del libro? EnvÃanos tu fábula, ¿a que estás esperando?