viernes, mayo 16, 2025
InicioEl loro blanco y la ardilla de color gris poco saturado

El loro blanco y la ardilla de color gris poco saturado

Las fábulas del loro y la ardilla

Érase una vez un mundo no muy lejano ni en el espacio ni en el tiempo. Una mañana de alegre primavera el día amaneció diferente. No era un día cualquiera. Todo estaba especialmente oscuro. Completamente gris. Los colores habían desaparecido. Ya no quedaba ni una pizca de amarillo, rojo o violeta. Predominaba sólo el gris oscuro, el negro claro y el blanco. Los animales se empezaron a poner tristes, las crías ya no jugaban y los ancianos ya no reían. Los machos lloraban por no haber disfrutado de lo que hasta ahora había sido tan bello y las hembras protestaban porque ahora nada volvería a ser igual.

En medio de un mundo sin color y sin alegría, entre un pino gris oscuro y un bellotero negruzco charlaban un loro blanco y una ardilla de un color grisáceo poco saturado que estaban preocupados. El bellotero entristecido, había dejado de dar bellotas porque no le gustaba su nuevo color y por eso la ardilla se estaba muriendo de hambre. Además el loro había entrado en depresión porque sus plumas no eran del hermoso colorido habitual. Así que decidieron salir a solucionar este problema aunque nadie quisiera ayudarlos.

Comenzaron su camino preguntando a todos los animales que se encontraron si sabían que les había pasado a los colores. Ni los osos hormigueros, ni los cuervos, ni los ciervos de color gris plateado fueron capaces de responder. Cuando ya dejándose llevar por el desánimo contagioso estaban a punto de rendirse, se encontraron con un colibrí que los guió hasta la cabaña de madera de un gran sabio. Era un koala que había leído mucho a lo largo de la vida y sabía todas las claves de la naturaleza. Les dijo que la culpa era de una mariposa que vivía al sur y que había acumulado tanta avaricia durante los últimos años, que por querer ser la más bella, se había apoderado de todos los colores.

A la pregunta de cómo poder recuperarlos, el sabio mamífero que estaba comiendo hojas de eucalipto, les indicó el camino hacia un castor que les construiría con sus dientes aquello que necesitaban y les mostró donde vivía su majestuoso amigo el pavo real. Él aún guardaba parte de la pintura con la que se decoraba las plumas cada mañana.

Caminaron por el bosque hasta que se encontraron con el castor al que le pidieron ayuda. Este no quería contestarles porque se sentía vago pero después de mucho insistir, consiguieron que les tallara el mango de un enorme pincel de madera de sauce llorón. Después el loro le arrancó un puñado de pelos a la ardilla con su afilado pico y se los insertó a la nueva brocha. El castor les dijo que les sería imposible lograr su objetivo pero ellos insistieron en que querían un mundo lleno de color. Le dieron las gracias al pequeño roedor y siguieron su camino.
Tras atravesar cinco ríos cabalgando el loro sobre la cola de la ardilla y sobrevolar siete desiertos, agarrada la ardilla por el pico del loro, llegaron a la casa del pavo real. Este les dio seis botes con seis colores que les serían suficientes para devolver al mundo su hermosura. Pero tendría que ser rápido porque la ilusión estaba a punto de desaparecer.

Comenzaba a oscurecer y tenían frío. Decidieron pasar la noche junto a unas rocas cubiertas de musgo y empezar su misión por el fuego. Este como símbolo de la vida, debía recuperar su tono cuanto antes. Con el pincel en la mano, la ardilla le dio color suavemente y se volvieron rojas cada una de las llamas. Parecía que el calor retomaba su fuerza. De pronto se dieron cuenta que brillaban más que nunca fresas, cerezas, tomates y amapolas. Pero pronto el calorcito los adormeció.

A la mañana siguiente el sol ya no salió y el cielo estaba bajo. Sentían la presión sobre sus hombros y las hojas de los árboles ya no se movían. Debían seguir recuperando colores, pero extrañamente se sentían agotados. El loro empujó a la ardilla a que se apresuraran.

De un brochazo pintaron de naranja la fruta que lleva su nombre. Y se colorearon también zanahorias, calabazas y mandarinas. La ardilla no pudo resistirse a comerse los gajos y saborear por primera vez desde hacía mucho tiempo, su intenso sabor. Se sentían revitalizados, sanos y vivos.

Necesitaban una siesta… una siesta al aire libre. Pero el césped no era el mismo de color negro carbón, así que decidieron pintarlo de verde, hierba a hierba. Fue un trabajo muy laborioso pero al final valió la pena. También los árboles y arbustos recuperaron su color.

¿Y ahora qué le falta a este campo? –preguntó en voz alta el loro-. Qué mejor que llenarlo de flores de lavanda que tienen un olor estupendo -contestó un topo que andaba por ahí. Y dicho y hecho colorearon de violeta unas plantas mustias que habían sido unas bellas flores, llenándolas así de espíritu. Rejuvenecieron también moras y arándanos.

Quedaban por pintar los mares de un azul que llenase de serenidad a todo aquel poeta que los contemplase. Y así recuperó también su belleza la cama de las nubes.

Creyeron que habían acabado pero aún faltaba algo de luz. Decidieron pintar con el bote que les faltaba el astro Sol, para llenar de vitalidad, ahora sí, el mundo que tanto les importaba.

Ahora se sentían completamente llenos de energía. Habían recuperado aquello qué más echaron de menos cuando no lo tenían: el color de las cosas.

La alegría volvió al mundo y el loro y la ardilla se sentían muy orgullosos y felices.

Habían descubierto una gran verdad: cada día la vida es de un color… pero eres tú el que eliges de que color pintarlo… O también si lo prefieres… ¡hoy puede ser un día multicolor!

Kico Alba.

————————

Esta fábula formará parte del libro que estamos preparando con «Las fábulas del loro y la ardilla». ¿Quieres que tu fábula forme parte del libro? Envíanos tu fábula, ¿a que estás esperando?

RELATED ARTICLES

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Most Popular

Recent Comments