lunes, mayo 12, 2025
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El refugio

Las fábulas del loro y la ardilla

El Jefe Supremo de los loros y las ardillas se lamentaba en su cubículo, sin saber cómo resolver la situación creada y arrepintiéndose de haberse dejado intimidar una vez más.

Todo empezó un año antes, cuando se supo que un enorme dragón que había estado atacando tierras lejanas se dirigía ahora hacia ellos. Su poder destructor era enorme, ya que el fuego que expulsaba por sus fauces no sólo arrasaba todo lo que tocaba, sino que además envenenaba el aire durante meses.
Fue entonces cuando se decidió construir un refugio donde un grupo de loros y ardillas pudiera esconderse y sobrevivir hasta que el veneno hubiera desaparecido del aire y la tierra fuera habitable de nuevo.

Como un refugio que pudiera albergar a todos los loros y ardillas era imposible, hubo que hacer una selección, bastante complicada y no exenta de dilemas éticos y polémicas. Incluso se discutió si el Jefe Supremo debía entrar, ya que no había sido elegido por todos los loros y ardillas, al ser su puesto hereditario. Pero el Gran Brujo, un loro altivo y con gran influencia, finalmente consiguió hacerle un hueco, asegurándose con esto otro para él.

Uno de los que quedaron fuera fue el científico más importante de la comunidad, postulado por muchos para encabezar la nueva sociedad de los loros y las ardillas, en el momento en que se pudiera salir. Lamentablemente, el jefe de los Brujos, apoyado entre otros por la esposa del Jefe Supremo y alguna escritora de panfletos, pusieron el grito en el cielo porque de todos era conocido que al científico, una ardilla peluda y de rabo largo, le gustaba retozar con loros, algo muy mal visto por el Jefe Supremo y todos los suyos. Adujeron que como le gustaban los loros no podría engendrar otras ardillas, y otras sandeces como que le gustaba ir en carroza.

Finalmente llegó el día en que los elegidos entraron en el refugio. Desde entonces había habido problemas, muchos de ellos provocados por el Gran Brujo y su manía de meterse en las vidas de los demás, además de otras ‘cosillas’ como su afición desmedida por rodearse de algunas de las jóvenes hembras de loro que habían entrado en el refugio, lo cual había producido altercados con sus padres y madres. No obstante, el Jefe Supremo se las había arreglado para solucionar –más bien ocultar- estos problemas. Lo que ahora se les venía encima sí era algo gordo y no sabía cómo actuar.

Resulta que el Gran Brujo decidió celebrar que le habían elegido para entrar en el refugio pasando la última noche en un local nocturno. Allí había contraído una peligrosa enfermedad en cuya cura trabajaba el científico que fue rechazado por declararse abiertamente atraído hacia otros loros. Lo peor es que, al preguntarle si era posible que alguna de las jóvenes hembras de loro con las que había sido visto dentro del refugio estuviera contagiada, se negó a responder y se fue escandalizado, cerrando el cubículo de un portazo y dejando al Jefe Supremo en un mar de dudas.

Se acordó entonces de que, antes de encerrarse en el refugio, le informaron de que se estaba construyendo un refugio alternativo en un barrio famoso por su diversidad. Si el científico estaba allí, a lo mejor tenía la cura para el Jefe Supremo y otros loros y ardillas contagiadas dentro del refugio. Pero era imposible saberlo sin abandonar el refugio. ¿Y si el aire todavía estaba envenenado?

Estaba preguntándose si habría alguien dentro del refugio que se ofreciera a salir –no él, por supuesto, él era demasiado importante- para intentar buscar al científico, cuando un ruido llamó su atención. ¿Qué era eso? Al principio no lo identificó, hasta que estuvo claro que era música –llevaba tanto tiempo sin oírla-. Y venía del exterior. Se asomó por una rendija y consiguió ver lo que estaba pasando. Eran la gente del otro refugio, que habían organizado un desfile para celebrar el fin del encierro, porque el aire ya no estaba contaminado.

Al final la gente de ambos refugios acabó bailando hasta el amanecer sin que el Gran Brujo pudiera impedirlo, puesto que, antes de administrarle las hierbas que necesitaba para su curación, el científico le obligó a firmar un pergamino en el que se comprometía a no meterse nunca más en la vida ni en las decisiones de los loros y las ardillas.

Y volvieron a vivir todos felices.

Raúl Madrid.

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Esta fábula formará parte del libro que estamos preparando con «Las fábulas del loro y la ardilla». ¿Quieres que tu fábula forme parte del libro? Envíanos tu fábula, ¿a que estás esperando?

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