lunes, mayo 12, 2025
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Gays y terremotos

La columna de dosmanzanas¿Cuál es la causa de los terremotos? La consulta de una enciclopedia nos revelará que esa tierra sólida y fría sobre la cual vivimos (y también la que conforma el fondo de mares y oceános) no es en realidad sino una “corteza� relativamente fina que, además, se halla cuarteada, fragmentada en placas que flotan sobre una especie de océano global de roca “fluida�. En efecto, a causa de las altísimas temperaturas que se dan en el interior de nuestro planeta, a más de 100 km de profundidad la roca se encuentra en un estado más o menos fluido, y es por ello capaz de desplazarse, aunque sólo con extrema lentitud. Este lentísimo pero incesante fluir de la roca de las profundidades terrestres se comunica a las placas de la corteza (llamadas “placas tectónicas�), que en su deriva se rozan unas contra otras, generando tensiones en las zonas de fricción. Dichas tensiones, a su vez, provocan la acumulación en esos puntos de energía potencial, la cual a menudo tiende a liberarse de forma brusca y repentina, a través de una sacudida más o menos intensa: esta sacudida es lo que denominamos “terremoto�.

He aquí, pues, la explicación que da al fenómeno de los terremotos el pensamiento científico contemporáneo. Desde otros paradigmas de pensamiento, como el religioso, puede objetarse sin embargo que la teoría de la “tectónica de placas� y la ciencia sismológica tan sólo describen “cómo� llegan a producirse los terremotos, sin explicar el “porqué� último de éstos. Y como es sabido, para la tradición religiosa occidental el porqué último de todas las cosas está en esa hipotética “causa no causada� llamada “Dios�. Ahora bien, si Dios es, según este mismo discurso de la fe, infinitamente bondadoso, ¿cómo explicar que provoque terremotos que siegan las vidas de decenas de miles, a veces cientos de miles, de personas, y dejan en la miseria más absoluta a muchas más? Esta pregunta puede parecernos desconcertante, pero hace siglos que alguna mente preclara le halló respuesta: la culpa es, sencillamente, de los gays.

En efecto, se nos dice, tanta abominación siente Dios hacia la forma en que los gays viven su amor y su sexualidad que no vacila en enviar todo tipo de catástrofes, y entre ellas los terremotos, a aquellas ciudades y regiones que, imprudentemente, les dan cobijo. Quizá esta explicación resulte poco satisfactoria para quienes caigan en la cuenta de que un Dios capaz de sentir tanto odio hacia sus criaturas, y de castigarlas de manera tan brutal e indiscriminada, no parece precisamente un modelo de bondad, de manera que en realidad no salimos de la contradicción a la que nos referíamos en el párrafo anterior. En la práctica, sin embargo, esta objeción no parece haber tenido demasiado peso en la larga tradición cristiana de Occidente. El hecho de que el vínculo entre gays y terremotos proporcionase, tanto a las autoridades como a sus súbditos, el perfecto chivo expiatorio multiusos fue probablemente lo que concedió a esta peculiar teoría el éxito que la lógica más elemental le habría vedado.

Porque no se puede negar que la teoría según la cual los homosexuales estamos detrás de los terremotos (y otras catástrofes) ha conocido un éxito más que notable en el Occidente cristiano; y no precisamente un éxito de carácter temporal y pasajero, sino muy persistente a lo largo de los siglos. Pongamos como ejemplo tres casos de tres épocas muy distantes entre sí. En el año 533 de nuestra era, el muy cristiano emperador romano (de Constantinopla) Justiniano I legisló para establecer penas muy severas (concretamente, la castración y la muerte en la hoguera) para la “sodomía�; en el texto de tan humanitaria ley se justifica su necesidad con estas palabras: “ya que por crímenes como éstos sufrimos terremotos, hambrunas y plagas� al haber “provocado la ira de Dios con nuestros pecados�. Algo más de mil años más tarde, y en el otro extremo del Mediterráneo, encontramos a menudo, en el preámbulo de las acusaciones que los fiscales de la Inquisición católica del Reino de Valencia redactaban contra supuestos “sodomitas�, el mismo argumento que en su día usó Justiniano: “siendo el pecado de sodomía contra natura tan nefando y execrable que por él nuestro Señor envía terremotos, pestilencias, hambre y otros grandes castigos en las provincias y partes donde se comete…� Siendo esto así, pues no había más remedio –a pesar de la caridad cristiana que, sin duda alguna, caracterizaba a los inquisidores– que castigar con dureza tan temeraria conducta; una dureza que llegaba, en muchos casos, a la ejecución y la quema en la hoguera del “sodomita�.

Incluso en nuestros días, cuando los avances científicos de los últimos siglos han revolucionado nuestra percepción del mundo, la vieja teoría de las consecuencias sismológicas de la homosexualidad sigue plenamente vigente en círculos quizá minoritarios, pero muy importantes. En 1998 el ayuntamiento de Orlando (Florida, EUA) tomó la decisión de colocar la bandera del arco iris en las farolas de algunas calles durante los “Gay Days� que se celebran anualmente en el parque de atracciones Disney World, ubicado en este municipio. El teleevangelista Pat Robertson, uno de los personajes más destacados e influyentes de la ultraderecha cristiana que controla desde hace años al Partido Republicano, reaccionó a dicha noticia con estas palabras: “Yo que ustedes no haría ondear esas banderas ante la cara de Dios. Algo como esto provocará la destrucción de la nación. Provocará atentados terroristas, terremotos, tornados y, posiblemente, un meteorito.�

Curiosamente, en 2005, cuando se le preguntó al mismo Robertson, en una entrevista en la televisión, cómo era posible que Dios hubiese permitido el año anterior que un tsunami matase a cientos de miles de personas en el sur de Asia, el telepredicador se refugió en la explicación científica de los terremotos: “Yo no creo�, dijo, “que Dios trastoque las leyes de la naturaleza. La razón de que ocurriese ese tsunami fue el desplazamiento de unas placas tectónicas en el océano �ndico.� Queda, pues, meridianamente claro que Dios no interfiere en los procesos naturales… salvo, por supuesto, para castigar a aquellas ciudades que acojan en su seno a personas homosexuales; especialmente si, encima, dichas ciudades tienen la desfachatez de colgar en sus calles, ¡ante las mismas narices de la divinidad!, la bandera del arco iris. En un caso así, el Dios hiperhomófobo de Robertson (y de Justiniano, y de la Inquisición) monta en cólera, se olvida de ese escrupuloso respeto por la tectónica de placas que en 2004 le impidió salvar las vidas de cientos de miles de seres humanos, y descarga toda su furia para dar su merecido a tamaños impíos.

El discurso de Robertson puede parecernos contradictorio y grotesco, y puede que hasta provoque nuestra hilaridad, pero quizá se nos hiele la sonrisa en los labios si recordamos que quien habla así ejerce una muy considerable influencia, de manera directa o indirecta, sobre millones de ciudadanos estadounidenses, y sobre el propio Gobierno de la única hiperpotencia que existe hoy en nuestro planeta. Y es que, como ya demostró en su día el innegable éxito de la propaganda nazi, el hecho de que una doctrina sea completamente irracional no significa que no pueda, incluso en una sociedad moderna, arrastrar a las masas. Gracias a gente como Robertson, millones de personas son arrastradas hoy, en pleno siglo XXI, hacia el odio a sus conciudadanos homosexuales.

Por otro lado, no estaría de más que nos preguntásemos si el discurso que utilizan, para justificar su homofobia, otros individuos y organismos religiosos o ultraconservadores más próximos a nosotros, y que a primera vista nos puede resultar menos “chocante� que el de Robertson, no es en el fondo igual de irracional y absurdo, y de dañino, que éste. Cuando por ejemplo oímos, como se ha repetido hasta la saciedad en nuestro país, que reconocer el derecho de las parejas homosexuales a acceder al matrimonio supone poner en circulación una “falsa moneda� que provocará la devaluación de la “moneda buena�, esto es, del matrimonio heterosexual, con lo que cada vez se casarán menos heteros y desaparecerá “la familia como Dios manda�, y que con ella se irá al garete toda la civilización occidental… ¿acaso no nos hallamos ante el mismo catastrofismo gratuito, ante la misma falta de base racional y ante el mismo virulento prejuicio homofóbico que han inspirado, desde hace siglos, la esperpéntica teoría de las consecuencias sismológicas de la homosexualidad?

Nemo

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