martes, mayo 20, 2025
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Guetos (1)

EntendámonosLos ultramodernos e imponentes rascacielos que dominan hoy la ciudad de Fráncfort del Meno (o Frankfurt am Main, en la lengua del francfortés Goethe), y que le han valido el sobrenombre de Mainhattan, recuerdan al visitante que esta urbe no demasiado grande (unos 670.000 habitantes) es el principal centro financiero tanto de Alemania como de la Europa del euro: allí tienen su sede el Bundesbank, el Banco Central Europeo y la más importante bolsa de la Eurozona. Aunque este gran protagonismo de Fráncfort a nivel europeo e incluso planetario (que ha hecho que se la conozca también como la metrópolis más pequeña del mundo) sea algo relativamente reciente, la ciudad es desde hace siglos uno de los más destacados emporios financieros de las tierras alemanas. Y el dato de que en Fráncfort se ubicase durante más de trescientos años el mayor gueto judío de Alemania no es ajeno a este hecho, puesto que desde él operaban importantes mercaderes –y luego también banqueros, como los célebres Rothschild– pertenecientes a esta minoría que, en su momento, contribuyeron de forma muy significativa a dar impulso a la ciudad.

Aunque la palabra gueto provenga del nombre del barrio en que desde 1560 se obligó a residir a los judíos en Venecia (el Ghetto), su equivalente de Fráncfort era mucho anterior, pues había sido establecido, con el nombre de Judengasse (‘callejón de los judíos’) en 1462. Antes de esa fecha, incluso mucho antes, había ya judíos en Fráncfort, y de hecho existía un barrio judío situado en pleno centro de la ciudad, con una sinagoga que se alzaba junto a la catedral imperial cristiana. Precisamente la proximidad de ambos edificios fue utilizada como excusa, cuando subió el nivel de judeofobia, para poner fin a esta situación: el emperador Federico III, arguyendo que “el gemir de los judíos en su sinagoga» resultaba molesto para quienes acudían a misa en la vecina catedral, ordenó no sólo la destrucción de la sinagoga sino también el traslado forzoso de todos los judíos de Fráncfort a una nueva calle que se habría de construir extramuros (en una zona poco salubre) y que estaría rodeada por una muralla con sólo dos puertas, una a cada extremo de la calle. Así, mientras que antes en la zona judía de la ciudad vivían también muchos cristianos, en la nueva Judengasse sólo podrían establecerse los judíos, y ningún judío podría vivir en la ciudad fuera de los muros del gueto; mientras que antes judíos y cristianos podían moverse libremente por toda la ciudad, ahora se prohibía a los judíos salir del gueto por las noches, los domingos y fiestas cristianas y durante la elección y coronación del emperador (que tenían lugar en la catedral de Fráncfort); además, unos pocos años antes se había obligado a los judíos a llevar siempre en sus ropas un signo distintivo, y se había prohibido a los cristianos asistir a las celebraciones y bodas de los judíos. En definitiva: lo que se ordenó en 1462 fue la segregación forzosa de la comunidad judía de Fráncfort respecto al resto de la población (y si no se les expulsó sin más, como ocurría por aquellos años en otras ciudades alemanas, fue seguramente a causa de su importancia para la economía de la ciudad y, vía impuestos, para las arcas imperiales).

Actualmente oímos con cierta frecuencia que la expresión gueto gay, o simplemente el sustantivo gueto, se aplican en los medios de comunicación (o en otros contextos) en referencia a determinados aspectos de la realidad LGTB contemporánea de los países de Occidente, y en especial a ciertas áreas de las grandes ciudades donde se produce una especial concentración de servicios destinados al público homosexual, y a veces también una mayor proporción de residentes gais y lesbianas que en el resto de la ciudad. Personalmente, encuentro muy interesante establecer paralelismos entre las realidades históricas de las minorías homosexual y judía de Occidente, y de hecho yo mismo he probado a hacerlo en otros artículos (1) de esta sección, pero también creo que al hacer dicho paralelismo es imprescindible tener en cuenta tanto las semejanzas como las diferencias entre ambas realidades.

Quienes defienden la expresión gueto gay pueden argumentar que en el origen de la diferenciación, ya sea espacial o simplemente identitaria, de los homosexuales está la homofobia, como en el de los guetos judíos estaba la judeofobia, y que si no hubiera homofobia no harían ninguna falta ni sitios, ni negocios, ni medios de comunicación, etc. destinados específicamente a gais y lesbianas; de hecho, añaden algunos, ni siquiera haría falta que existieran los conceptos mismos de gay y lesbiana: cada individuo sería libre para establecer las relaciones afectivosexuales que le apeteciera en cada momento, de forma tan pública y abierta como creyera conveniente, sin que ello le supusiera problema alguno en su entorno social. Todo ello me parece tan sugerente como discutible, pero no profundizaré ahora en estos aspectos. Lo que quisiera señalar en este punto es que, al usar una expresión tan cargada de connotaciones –negativas, obviamente– como gueto gay (o al hablar de gueto en alusión a la comunidad LGTB), se tiende a pasar por encima de diferencias muy significativas entre lo que fueron los guetos judíos y lo que es hoy la realidad de gais y lesbianas en Occidente.

Centrándonos en el caso de los barrios homos que han aparecido en las últimas décadas, es fundamental darse cuenta de que éstos no existen para la segregación (mucho menos forzosa) de la población homosexual, sino que, como nos recuerda Didier Eribon (Réflexions sur la question gay), “los contornos de estos ‘enclaves’ gais en las grandes ciudades son (…) bastante difusos [recordemos que los guetos judíos, en cambio, estaban amurallados] y cambian al ritmo de las aperturas y los cierres de bares, cafés o restaurantes; los comercios gais son una minoría y, por supuesto, la calle está abierta a todos. Es pues la mezcolanza lo que predomina.» Más aún: según el mismo autor, “fenómenos tales como (…) el desarrollo de barrios homosexuales en las grandes ciudades de Europa marcan la reabertura de las puertas que el ‘mundo gay’ se había visto obligado a cerrar sobre sí mismo durante un largo período. Lo que parece dejar estupefactos a los observadores indignados por la aparición de un barrio gay (…) es que esta nueva visibilidad homosexual abre toda una cultura al mundo exterior y entra en interacción con la ciudad». Abertura e interacción con la ciudad, por lo tanto, en lugar de cierre y segregación/marginación: si hubiera que establecer paralelismos con la realidad hebraica del antiguo Fráncfort, parece que sería el barrio judío originario, sin muros ni obligaciones o prohibiciones destinadas a minimizar el contacto entre judíos y cristianos, aquel barrio mezclado que osaba tener una sinagoga justo al lado de la catedral, el que más podría recordar a la realidad LGTB contemporánea, y no el gueto en que los judíos –y sólo ellos– fueron encerrados por la fuerza a partir de 1462.

(Continuará.)

Nemo

Nota:

(1) Ver los artículos “Humo», “La ciénaga», “Las raíces del odio» (1 y 2) y la serie “Holocausto/s» (1, 2, 3 y 4).

Guetos (2)
Guetos (y 3)

Otras columnas de la sección «Entendámonos» aquí.

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