Los ultramodernos e imponentes rascacielos que dominan hoy la ciudad de Fráncfort del Meno (o Frankfurt am Main, en la lengua del francfortés Goethe), y que le han valido el sobrenombre de Mainhattan, recuerdan al visitante que esta urbe no demasiado grande (unos 670.000 habitantes) es el principal centro financiero tanto de Alemania como de la Europa del euro: allà tienen su sede el Bundesbank, el Banco Central Europeo y la más importante bolsa de la Eurozona. Aunque este gran protagonismo de Fráncfort a nivel europeo e incluso planetario (que ha hecho que se la conozca también como la metrópolis más pequeña del mundo) sea algo relativamente reciente, la ciudad es desde hace siglos uno de los más destacados emporios financieros de las tierras alemanas. Y el dato de que en Fráncfort se ubicase durante más de trescientos años el mayor gueto judÃo de Alemania no es ajeno a este hecho, puesto que desde él operaban importantes mercaderes –y luego también banqueros, como los célebres Rothschild– pertenecientes a esta minorÃa que, en su momento, contribuyeron de forma muy significativa a dar impulso a la ciudad.
Aunque la palabra gueto provenga del nombre del barrio en que desde 1560 se obligó a residir a los judÃos en Venecia (el Ghetto), su equivalente de Fráncfort era mucho anterior, pues habÃa sido establecido, con el nombre de Judengasse (‘callejón de los judÃos’) en 1462. Antes de esa fecha, incluso mucho antes, habÃa ya judÃos en Fráncfort, y de hecho existÃa un barrio judÃo situado en pleno centro de la ciudad, con una sinagoga que se alzaba junto a la catedral imperial cristiana. Precisamente la proximidad de ambos edificios fue utilizada como excusa, cuando subió el nivel de judeofobia, para poner fin a esta situación: el emperador Federico III, arguyendo que “el gemir de los judÃos en su sinagoga» resultaba molesto para quienes acudÃan a misa en la vecina catedral, ordenó no sólo la destrucción de la sinagoga sino también el traslado forzoso de todos los judÃos de Fráncfort a una nueva calle que se habrÃa de construir extramuros (en una zona poco salubre) y que estarÃa rodeada por una muralla con sólo dos puertas, una a cada extremo de la calle. AsÃ, mientras que antes en la zona judÃa de la ciudad vivÃan también muchos cristianos, en la nueva Judengasse sólo podrÃan establecerse los judÃos, y ningún judÃo podrÃa vivir en la ciudad fuera de los muros del gueto; mientras que antes judÃos y cristianos podÃan moverse libremente por toda la ciudad, ahora se prohibÃa a los judÃos salir del gueto por las noches, los domingos y fiestas cristianas y durante la elección y coronación del emperador (que tenÃan lugar en la catedral de Fráncfort); además, unos pocos años antes se habÃa obligado a los judÃos a llevar siempre en sus ropas un signo distintivo, y se habÃa prohibido a los cristianos asistir a las celebraciones y bodas de los judÃos. En definitiva: lo que se ordenó en 1462 fue la segregación forzosa de la comunidad judÃa de Fráncfort respecto al resto de la población (y si no se les expulsó sin más, como ocurrÃa por aquellos años en otras ciudades alemanas, fue seguramente a causa de su importancia para la economÃa de la ciudad y, vÃa impuestos, para las arcas imperiales).
Actualmente oÃmos con cierta frecuencia que la expresión gueto gay, o simplemente el sustantivo gueto, se aplican en los medios de comunicación (o en otros contextos) en referencia a determinados aspectos de la realidad LGTB contemporánea de los paÃses de Occidente, y en especial a ciertas áreas de las grandes ciudades donde se produce una especial concentración de servicios destinados al público homosexual, y a veces también una mayor proporción de residentes gais y lesbianas que en el resto de la ciudad. Personalmente, encuentro muy interesante establecer paralelismos entre las realidades históricas de las minorÃas homosexual y judÃa de Occidente, y de hecho yo mismo he probado a hacerlo en otros artÃculos (1) de esta sección, pero también creo que al hacer dicho paralelismo es imprescindible tener en cuenta tanto las semejanzas como las diferencias entre ambas realidades.
Quienes defienden la expresión gueto gay pueden argumentar que en el origen de la diferenciación, ya sea espacial o simplemente identitaria, de los homosexuales está la homofobia, como en el de los guetos judÃos estaba la judeofobia, y que si no hubiera homofobia no harÃan ninguna falta ni sitios, ni negocios, ni medios de comunicación, etc. destinados especÃficamente a gais y lesbianas; de hecho, añaden algunos, ni siquiera harÃa falta que existieran los conceptos mismos de gay y lesbiana: cada individuo serÃa libre para establecer las relaciones afectivosexuales que le apeteciera en cada momento, de forma tan pública y abierta como creyera conveniente, sin que ello le supusiera problema alguno en su entorno social. Todo ello me parece tan sugerente como discutible, pero no profundizaré ahora en estos aspectos. Lo que quisiera señalar en este punto es que, al usar una expresión tan cargada de connotaciones –negativas, obviamente– como gueto gay (o al hablar de gueto en alusión a la comunidad LGTB), se tiende a pasar por encima de diferencias muy significativas entre lo que fueron los guetos judÃos y lo que es hoy la realidad de gais y lesbianas en Occidente.
Centrándonos en el caso de los barrios homos que han aparecido en las últimas décadas, es fundamental darse cuenta de que éstos no existen para la segregación (mucho menos forzosa) de la población homosexual, sino que, como nos recuerda Didier Eribon (Réflexions sur la question gay), “los contornos de estos ‘enclaves’ gais en las grandes ciudades son (…) bastante difusos [recordemos que los guetos judÃos, en cambio, estaban amurallados] y cambian al ritmo de las aperturas y los cierres de bares, cafés o restaurantes; los comercios gais son una minorÃa y, por supuesto, la calle está abierta a todos. Es pues la mezcolanza lo que predomina.» Más aún: según el mismo autor, “fenómenos tales como (…) el desarrollo de barrios homosexuales en las grandes ciudades de Europa marcan la reabertura de las puertas que el ‘mundo gay’ se habÃa visto obligado a cerrar sobre sà mismo durante un largo perÃodo. Lo que parece dejar estupefactos a los observadores indignados por la aparición de un barrio gay (…) es que esta nueva visibilidad homosexual abre toda una cultura al mundo exterior y entra en interacción con la ciudad». Abertura e interacción con la ciudad, por lo tanto, en lugar de cierre y segregación/marginación: si hubiera que establecer paralelismos con la realidad hebraica del antiguo Fráncfort, parece que serÃa el barrio judÃo originario, sin muros ni obligaciones o prohibiciones destinadas a minimizar el contacto entre judÃos y cristianos, aquel barrio mezclado que osaba tener una sinagoga justo al lado de la catedral, el que más podrÃa recordar a la realidad LGTB contemporánea, y no el gueto en que los judÃos –y sólo ellos– fueron encerrados por la fuerza a partir de 1462.
(Continuará.)
Nota:
(1) Ver los artÃculos “Humo», “La ciénaga», “Las raÃces del odio» (1 y 2) y la serie “Holocausto/s» (1, 2, 3 y 4).