viernes, mayo 16, 2025
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Ideología, género y libertad

Una carta para dosmanzanas

Hemos recbido con sorpresa la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía contra parte del temario de la asignatura Educación para la Ciudadanía. No afecta a todo el temario, sino a algunas referencias a la palabra «género» y, muy especialmente, a la siguiente frase: «La educación ha de atender al respeto de las diversas opciones vitales de las personas y los grupos sociales, desarrollando la sensibilidad y la actitud crítica hacia estereotipos racistas, xenófobos, machistas y homófobos». Lo que ha molestado es la expresión «opciones vitales» y su correspondiente ejemplo, «homofobia». El argumento esgrimido para este y otros recortes es que el temario está escrito siguiendo la llamada «ideología de género», y el Estado no puede imponer una ideología a los estudiantes.

El propósito de este texto es, por un lado, intentar explicar qué es eso de la «ideología de género» y cómo los grupos más conservadores la están utilizando en nuestra contra; y por otro lado sugerir un mayor rigor al hablar de nuestras propias realidades, evitando expresiones como «opciones vitales» que facilitan el trabajo a los intolerantes.

Cuando hablamos de «ideología de género» nos referimos a una teoría surgida en el ámbito del feminismo, cuyo máximo referente es la frase de Simone de Beauvoir «una mujer no nace, se hace». La teoría promueve eliminar toda diferencia entre hombre y mujer «deconstruyendo» los roles establecidos hasta el momento. Se asume que nacemos iguales, con la única diferencia de nuestros caracteres morfológicos; pero el género no nos viene forzado por el sexo, sino que cada persona elige libremente cómo quiere comportarse sin atender en ningún momento a un concepto predeterminado de lo que es «normal» o «natural». La mujer puede librarse si así lo desea de las responsabilidades que le han sido exigidas por la sociedad, entre ellas la maternidad. Desde esta concepción el género se define como «la construcción social que hacemos a partir de nuestra diferencia sexual». La palabra «género» se usa por ser más abierta que «sexo», que nos ata a nuestra realidad morfológica. Con estas bases desaparecen también los conceptos de «homosexualidad» o «heterosexualidad», permitiendo vivir cualquier forma de sexualidad sin que nada quede al margen de «lo establecido», por no haber nada establecido.

Los colectivos religiosos más conservadores, empezando por Raztinger y terminando por el Foro de la Familia, ven en esta teoría una grave amenaza para la moral: les molesta que todas las tendencias sexuales se equiparen sin destacar que la heterosexualidad es lo normal. Y les molesta que en nombre de la lucha contra la discriminación las mujeres puedan renunciar a la maternidad, incluso cuando ya están embarazadas. Estos colectivos denuncian que la ideología de género está rabiosamente extendida por Europa y América, e incluso domina gobiernos y órganos internacionales: en su nombre se han hecho, según ellos, leyes como la del matrimonio gay o la de identidad de género. Y detrás de esta ideología está también, por supuesto, «el lobby gay».

Lo curioso es que nadie más que ellos parece percibir que esta ideología esté a nuestro alrededor, ni mucho menos que tenga tanta influencia. De hecho, la mayoría de las fuentes de información documental sobre esta teoría provienen precisamente de medios católicos o conservadores. Más bien parece una alarma creada por ellos mismos, y les viene estupendamente porque en el saco de la ideología de género tienen cabida el aborto, la total liberación de la mujer, la homosexualidad, e incluso ciertas formas de ecologismo. Su objetivo es que parezca que estamos bajo la amenaza de una ideología, y que por tanto debemos defendernos legítimamente de que el Estado nos la imponga en las aulas. Desde esta concepción de víctimas tienen la excusa perfecta para atacarnos con una razón en la mano. La guinda la pone la interpretación «de género» del término homofobia, que ya no se entiende como rechazo o discriminación a la persona homosexual, sino como discrepancia con esta concepción de construcciones sexuales: es la excusa para negarse a condenar la homofobia tal y como la entendemos los demás.

Debemos dejar muy claro que la defensa de nuestros derechos no es fruto ni conclusión de ninguna ideología, y menos de esta: la propia ciencia la rebate al discrepar sobre esta posibilidad de «construcción» total y libre de la sexualidad. No necesitamos que nos explique una ideología porque ya lo hace la Biología, distinguiendo cuatro dimensiones en la sexualidad humana:
-El sexo biológico, que nos hace nacer hombres o mujeres. -La identidad sexual, que nos hace sentirnos y tener conciencia de ser hombres o mujeres. -El rol de género o rol social que desempeñamos, de forma no necesariamente consciente, que nos permite expresar en público nuestra identidad ciñéndonos a los patrones y comportamientos que rigen la conducta de hombres o de mujeres en la sociedad en que vivimos. -La orientación sexual, que nos hace sentirnos atraídos sexualmente por hombres o por mujeres.

Nuestro colectivo, que suele designarse con las siglas LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales), está compuesto por realidades que juegan de distinta forma con estas componentes. Pero eso sí, ¿no se debería explicar mejor esta diversidad para evitar estas contaminaciones? ¿Tiene clara la gente la diferencia entre términos como transexual, homosexual, travesti, etc? En materia de diversidad sexual se mezclan a veces sin distinción unas cosas con otras, lo cuál puede estar bien para agruparnos en colectivos que defiendan nuestros derechos, pero no tanto para explicar a los demás nuestras realidades.

El caso es que la sentencia viene a decir que hay que respetar a todos los grupos sociales, pero no necesariamente a todas las opciones sexuales «elegidas por las personas». Centrémonos en la expresión «opciones vitales», que al margen del temario de EpC y de su sentencia está en boca de todos mediante frases como «es una opción tan válida como cualquier otra», o «hay que respetar la opción de cada uno». El problema es que estamos dando a entender que nuestra orientación sexual es una elección, que nos ha dado por ahí, y que los demás deben respetar nuestra libertad para elegir a quién amar. La palabra opción, según el diccionario, significa facultad o libertad de elegir. ¿Hemos elegido nosotros que nos gusten, por ejemplo, las personas de nuestro mismo sexo? ¿Es una decisión arbitraria lo que lleva a una persona a someterse a operaciones para cambiar de sexo? Lo de la opción, o la preferencia, es uno de tantos tópicos que circulan respecto a la homosexualidad, pero está sorprendentemente aceptado e incluso asumido por el propio colectivo. Sin embargo, lo cierto es que nadie puede elegir su identidad sexual, o la persona a la que desea sexualmente; simplemente ocurre. Si fuera cuestión de preferencias, ¿cuántos
homosexuales habría en un mundo homófobo como el nuestro?

Una sentencia como esta se derrumbaría con facilidad si todo el mundo tuviera muy claro que no se puede responsabilizar a una persona por su condición sexual, al igual que no se le puede responsabilizar por ser hombre o mujer, blanco o negro. Y lo primero que habría que hacer, en mi opinión, es erradicar la expresión «opción sexual», que induce a pensar que somos gays, lesbianas o transexuales porque queremos. De hecho yo modificaría igualmente la frase del temario de EpC, pero no por los motivos de estos demandantes, sino para que se hable de nosotros con rigor y se nos incluya en «grupos sociales» y no en las ambiguas «opciones vitales». Pero para exigir este rigor a los demás debemos practicarlo antes nosotros mismos al hablar de nuestras realidades.

Sé que muchos abanderados de la lucha social no hacen esta distinción y me dirían «¿y qué más da si lo hemos elegido o no? Si lo hubiésemos elegido, ¿acaso no tendríamos derecho?». Que no cuenten conmigo para un debate hipotético: bastantes problemas reales tenemos ya. Pero si planteamos nuestra condición como una decisión personal, la gente podrá verla como un capricho, una rareza, una ostentación de diferencia.

Estamos acostumbrados a apelar a la libertad para pedir nuestros derechos. Pero yo matizaría que no exigimos libertad para elegir, sino libertad para ser. Dejemos claro al mundo que tienen que respetarnos como somos, que somos así, que no lo hemos elegido, y no permitamos con nuestra falta de rigor al definirnos que se escondan detrás de ideologías y terminologías para justificar su discriminación y su rechazo.

Al

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