Hace frÃo, es de noche, tratas de conciliar el sueño pero no puedes, te tapas con una manta insuficiente, estás tiritando, el aire helado del invierno de Badajoz se cuela por el ventanuco mal cerrado de tu celda. El olor a humedad es penetrante, se confunde con otros olores intensos que no conocÃas, al principio te repugnan, pero poco a poco te vas acostumbrando a ellos. Compartes un váter oxidado con otro preso, que está a tu lado, dormido, es un hombre de mediana edad, voluminoso, desaseado, con una gran barba canosa y mal rapada. No le conoces, no sabes nada de él, ni siquiera te ha mirado a la cara cuando has entrado en la celda, está profundamente dormido, está roncando, sus ronquidos son secos, ahogados, se mezclan con el extraño silencio de la noche, un silencio tenso, interrumpido por eventuales gritos alucinados que vienen de otras celdas, de otros presos que aún no conoces. Miras al techo, sigues sin poder dormir, la luz liviana de la luna se cuela por la ventana, la celda es estrecha y alargada, las paredes encaladas tienen cercos de humedades, un gran crucifijo está colgado en una de los muros, junto al váter hay un pequeño lavabo de loza y una ducha sin cortinas.
Tu compañero deja de roncar, ahora el silencio es extraño, expectante. Por fin logras conciliar el sueño, es un sueño ligero, inquieto, delirante, un sueño lleno de imágenes: unos policÃas brutales te hacen fotos en los sótanos de una comisarÃa, se burlan de ti, uno de ellos quiere pegarte pero otro le contiene, el flash de la cámara te ciega, hay risas, gritos, ruido. Sigues soñando, o tal vez confundes tus sueños con tus recuerdos: ahora atraviesas el patio de la cárcel a la que acabas de llegar, dos funcionarios torvos te llevan esposado con brusquedad, un grupo de presos interrumpe su conversación y se gira para mirarte, te escudriñan, te señalan con el dedo, se rÃen de ti, aunque están lejos y no los oyes puedes leer en los labios de uno el insulto exacto que te propina, puedes oÃr sus carcajadas feroces…
Despiertas de nuevo, sigues temblando, empieza a amanecer, una luz leve y azulada se cuela por la ventana minúscula de la celda. Tú mente da vueltas, no sabes cuánto tiempo vas a estar en la cárcel, no sabes lo que te van a hacer, ni siquiera sabes oficialmente el motivo de tu detención. Tienes frÃo, el sabor de la sopa de arroz agria que te han dado de cena vuelve a tu boca, te repugna. Un grito como alienado se oye en alguna de las celdas contiguas. Tratas de calmarte, el frÃo se mete en tus huesos, intentas acomodar tu cuerpo al jergón abombado, das vueltas y vueltas buscando una postura, no la consigues, el agotamiento poco a poco te va venciendo. Duermes de nuevo, ahora el sueño es más intenso, más calmado, estás en un parque de tu ciudad, es de noche, alrededor de una fuente destartalada pululan otros hombres como tú, te acercas a uno de ellos, te detienes a su lado, no le conoces pero le miras con complicidad, él te devuelve la mirada, es una mirada tensa, expectante. Sin mediar palabra os vais juntos, os refugiáis en las sombras de unos arbustos, le abrazas, sientes el volumen y el calor de su cuerpo, le acaricias, le besas…
Un fogonazo de luz eléctrica inunda repentinamente tu celda, el estruendo de una sirena penetra en tus tÃmpanos como un martillazo, te despiertas, desorientado, tembloroso. El olor fecal de la letrina te sacude de nuevo, oyes los chasquidos de los cerrojos de otras celdas que se abren y se cierran con estrépito de metales, los gritos de los otros presos se hacen gradualmente más fuertes y se meten en tu mente como alaridos de bestias. Las tuberÃas de las duchas contiguas rugen como si fueran organismos vivos. Sigues tumbado en la cama, no tienes fuerzas para levantarte, te pica todo el cuerpo, miras alrededor, reconoces las paredes desconchadas y húmedas de la celda, el crucifijo hierático. Te giras y ves a tu compañero de calabozo, te está mirando, cruzáis la mirada por primera vez, te mira con indiferencia, con hastÃo. El cerrojo de tu celda se abre con un chasquido seco como un balazo, miras hacia la puerta, ves a dos hombres corpulentos que están entrando, la luz excesiva de los focos cenitales del pasillo te impide reconocerles, sólo ves dos perfiles de sombra que se acercan apresuradamente hacia ti. Tratas de incorporarte, tu cuerpo no te obedece, tienes miedo.