
Té y simpatÃa (EEUU, 1956)
Vicente Minelli
Deborah Kerr, John Kerr
La cosa va de un chico rarito, Tom (John Kerr), que vive como pensionado junto a otros estudiantes en el anejo de la casa del profesor y de su estupenda mujer (Deborah Kerr). Al chico le da por cantar canciones tristonas desde su ventana y ayudar a la Kerr en el jardÃn (“no sabÃa que fuera usted un entendido«, le dice ella). Además, va a representar el papel de mujer en una función teatral y la Kerr le ayuda con las pruebas del vestido mientras toman el té como dos distinguidas señoritas.
Un dÃa, en la playa, mientras sus rudos compañeros se dedican a magrearse unos a otros bajo uno cualquiera de los imaginativos pretextos que los machos heterosexuales utilizan para meterse mano a fondo, descubren que nuestro adorado chavalÃn se ha sentado con tres de las señoras para explicarles cómo se debe rematar bien una buena costura. La gota ha colmado el vaso, la homofobia hace su aparición: ¡le han visto cosiendo! A partir de ese momento, lo que parecÃa una broma se va volviendo cada vez más serio: insultos, anónimos en la puerta, gritos desde la ventana, motes.
Su compañero de habitación (que, si mi apreciación es correcta, es el verdaderamente homosexual) empieza a defenderle quizá temiendo que algún dÃa sea él objeto de las mismas calumnias (y más desde que la Kerr le ha amenazado con contar una serie de cosas que nunca sabremos). A lo “My fair lady», en una escena impagable que deberÃa ser objeto de adoración por las queer drag kings más convencidas, el compañero le enseña a Tom cómo se supone que debe andar un hombre. Prácticas performativas de la masculinidad: el secreto mejor guardado del macho heterosexual, y sin tomar testosterona.
Luego está el personaje del padre de Tom, que es para echarle de comer aparte. Está empeñado en que su hijo debe cortarse el pelo como un marine (pero Tom ya lo ha intentado y no le queda como a ellos), y se enorgullece de que su hijo vaya a ser expulsado porque ha sido visto en casa de una prostituta. Y el marido de la Kerr, que prefiere pasar su aniversario de bodas escalando montañas (y siempre bien rodeado de fornidos muchachotes) que al lado de su bella esposa. Si alguna vez una actriz ha sabido poner cara de “¿y para diez centÃmetros de salchicha me he tenido que quedar con el cerdo entero?» esa ha sido Deborah Kerr.
El caso es que Tom está perdidamente enamorado de la Kerr (no me extraña) y ni es homosexual ni nada. Sin embargo, sufre la homofobia en sus carnes como si lo fuese, y eso es lo que importa. ¿Qué quiso decir realmente Minelli (y Robert Anderson, autor de la obra en la que está basada la pelÃcula y coautor del guión)? ¿Fueron cobardes al no decir a las claras que Tom era homosexual o, por el contrario, hicieron ver a un público mayoritario la lacra de la homofobia nada menos que en 1956? Si Tom hubiese sido homosexual ¿se habrÃa merecido todos los insultos que se le dedican a lo largo de la pelÃcula o Minelli logra la empatÃa del espectador con Tom precisamente porque no es homosexual y por eso no se merece los insultos? ¿Puede uno ser marido de Judy Garland y padre de Liza y no ser gay?
¿Complicada, ambigua, cobarde, retorcida, aleccionadora, vacilante? Vedla y me decÃs.