lunes, mayo 12, 2025
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Una reflexión sobre la homofobia

Una carta para dosmanzanas.com

Entiendo la homofobia como una expresión particular de un mecanismo ideológico que podríamos llamar «deshumanización del otro», y que consiste en negar a una persona o a todo un colectivo su condición de seres (plenamente) humanos.

Las formas menos virulentas, o los primeros estadios, de la deshumanización corresponden a lo que podríamos denominar «inferiorización». Lo que se afirma en este punto es que determinadas personas, o grupos de personas, son seres intrínsecamente inferiores al resto. No se afirma que no sean humanos, pero se los presenta como humanos en cierto modo incompletos, como «menos humanos». Si estas personas se definen por motivos de «raza» hablamos de «racismo», y se justifica su presunta inferioridad congénita imputándoles falta de inteligencia, de creatividad, de disciplina, de energía… Si se definen por motivos de sexo, el término es «sexismo», y se habla de un «sexo inferior» (el femenino, en casi todos los casos) atribuyéndole debilidad y cobardía, falta de inteligencia y equilibrio… Si las personas que se pretende inferiorizar se definen por motivos de orientación o diversidad sexual, el término utilizado habitualmente es «homofobia» (en el que se suele incluir tambien la bifobia o inferiorización de los bisexuales y la transfobia, referente a las personas transexuales), y entonces se alegan justificaciones de tres tipos: a) genéticas: los homosexuales son errores de la naturaleza; b) psicológicas: los homosexuales son enfermos mentales; y c) morales: los homosexuales son seres inmorales. No es raro que el discurso homofóbico mezcle justificaciones de los tres tipos, aunque el resultado adolezca de problemas de coherencia lógica.

Un segundo paso en el camino hacia la deshumanización del otro es presentarlo no sólo como inferior sino como un ser inmundo y peligroso para el resto. Podemos hablar entonces de «inmundización» del otro. Por ejemplo, los nazis insistían mucho en la suciedad que atribuían a los judíos o a los eslavos, y en el carácter parasítico (respecto de la «comunidad aria») que imputaban, sobre todo, a los primeros. Los misóginos también han insistido mucho en que las mujeres «se ensucian» de manera natural cada mes (por la regla) y les han atribuido a menudo perfidia y malevolencia congénitas hacia los hombres. En cuanto a los homosexuales, siguiendo las tres líneas de inferiorización que comentábamos antes, se les suele imputar: a) ser individuos «degenerados», «abominaciones de la naturaleza»; b) ser capaces de «contagiar» su «enfermedad» a otros, particularmente los jóvenes; y c) constituir una amenaza para la moral que sostiene la civilización, y por consiguiente, para la civilización misma.

Como se ve, no es difícil pasar de la «inferiorización» a la «inmundización» del otro: basta con deslizarse un poco por la pendiente del mecanismo deshumanizador. Sin embargo, parece que a los practicantes de la deshumanización del otro les suele asustar más llevar su discurso a sus últimas consecuencias en el tercer y definitivo estadio: la deshumanización completa o o «animalización». Ésta suele ser más fáctica que teórica, o en todo caso, pocas veces se llega a negar explícitamente que los individuos inferiorizados formen parte de la especie humana. Con todo, los nazis sí lo hicieron, rspecto de los judíos. De compararlos con ratas y otros parásitos y alimañas (inmundización) pasaron a afirmar que eran literalmente alimañas y bestias parásitas, que no eran seres humanos. Así el nazismo se autoproporcionó la justificación que necesitaba para poder empezar el exterminio del pueblo judío: se trataba, simplemente, de acabar con una plaga.

Es mucho más frecuente, en cambio, que simplemente se trate a los inferiorizados como bestias, sin llegar a afirmar claramente que lo son, aunque tampoco es raro que esto se insinúe de diversos modos. En esta animalización fáctica se basaba la esclavitud de los negros, que permitía tratar a estas personas como si fueran meros animales propiedad de sus dueños. Y no se aleja mucho de este caso el trato que reciben las mujeres en determinadas sociedades, donde son consideradas como propiedad de sus padres o de sus maridos. En cuanto a los homosexuales, se desliza claramente hacia la animalización quien compara la homosexualidad con el bestialismo, lo que es frecuente en determinados círculos homófobos (y cabe recordar que en España un conocido miembro ultraconservador del Consejo del Poder Judicial incluyó dicha analogía en su informe sobre el matrimonio homosexual). Y no falta quien se cree legitimado para matar a los homosexuales por considerarlos como meras bestias sucias y dañinas: de ahí que cada dos días se cometa en el mundo un asesinato homófobo.

Parece pues evidente que los discursos que se basan en el mecanismo de la deshumanización del otro se encuentran entre los más peligrosos, nocivos y moralmente repugnantes que ha elaborado la especie humana. En las sociedades democráticas de Occidente, los discursos racistas, que fueron muy corrientes hasta la segunda Guerra Mundial, empezaron a perder prestigio después de ésta, cuando se vio que el racismo llevaba a ese agujero negro de la civilización que fue Auschwitz. Aun así, el racismo legalmente institucionalizado pervivió durante décadas en Estados Unidos o en Suráfrica. Pero hoy sería inimaginable que los discursos racistas que eran habituales en la primera mitad del siglo pasado se encontrasen con la aprobación y la complicidad que recibían entonces por parte de amplios sectores de la sociedad. También las dos guerras mundiales facilitaron la emancipación de la mujer y desprestigiaron el discurso machista y misógino. La reacción contra la homofobia, en cambio, ha sido más tardía, por más que en Auschwitz también murieran homosexuales simplemente por ser homosexuales. Hasta el final de los años 60 podemos decir que los discursos homófobos se encontraban aún en pleno auge: por ejemplo, en Alemania (tanto en el Este como en el Oeste) seguía en vigor la misma norma que habían usado los nazis para encerrar a los homosexuales en los campos de exterminio (el famoso «párrafo 175»), con lo que aquel país se manchó con la vergüenza de volver a encarcelar, por los mismos delitos por los que habían sido condenados por el régimen hitleriano, a los propios gays supervivientes de los campos de concentración. Y sólo en 1990 la Organización Mundial de la Salud decidió poner fin a su respaldo a una de las justificaciones principales que alegan los homófobos, la consideración de la homosexualidad como enfermedad mental. Hubo que esperar a 1994 para que el infame párrafo 175 alemán quedase por fin totalmente abolido.

La tarea que tenemos hoy por delante quienes defendemos los derechos humanos de todas las personas, y en particular los de los homosexuales, es convencer a la sociedad de que la homofobia merece el mismo rechazo, la misma condena, que reciben hoy en nuestras sociedades occidentales el racismo o el sexismo, pues pertenece al mismo tipo de discurso deshumanizador y es perfectamente equiparable a éstos. Por más que la homofobia la sigan practicando en Occidente gentes tenidas por «respetables», como la jerarquía de la Iglesia Católica o ciertos partidos derechistas.

Nemo

Otras cartas en dosmanzanas.com y con esta llegamos a las 30 cartas publicadas en dosmanzanas. Gracias a todos por hacer realidad esta sección.

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